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Misión de verano 2018

03/06/2018

Compartimos el testimonio de dos voluntarias: Lourdes Arbeloa y Mercedes Harache.

“Que vuelva la luz, que vuelva la luz a La Pampa”. Al ritmo de los acordes de “Bendita tu luz”, cantábamos ese domingo a la noche que se cortó el servicio. Mientras tanto, en medio de un pueblo a oscuras, Alcira se sentía iluminada por esas voces jóvenes que llegaban hasta la galería de su casa. Allí nos contaría a la mañana siguiente, entre lágrimas, que escucharnos cantar la hizo sentirse acompañada.

Esto pasó en enero, cuando voluntarios de Rosario, Santiago y Tucumán participamos de la misión de verano en La Pampa, a 70 kilómetros de Córdoba capital. Acompañados por las hermanas Daniela Cerutti y Mariana González, tuvimos una semana de vida comunitaria en la casa de la congregación.

Como grupo, compartimos espacios de formación, oración y recreación. También nos dimos tiempo para reflexionar sobre la propia vida y aprovechar el silencio para ir a lo profundo de nuestro interior.

Por las tardes, nuestra casa acogía a chicos y grandes entre juegos, música y anécdotas. El domingo se sumó la celebración de la misa a las actividades. “Ser maestra”, “Viajar a París y ser feliz” fueron algunos de los sueños que los niños expresaron en un cartel y dejaron a los pies del altar como ofrenda.

Motivados por la propuesta de Victor Manuel Fernández en su libro “Dar de comer, dar de beber”, salimos a caminar las calles y visitamos a las familias. Nos abrieron las puertas de sus casas y de sus corazones para comenzar a construir vínculos fraternos que se fortalecerían con el correr de los días. Los mates se cebaban con historias. Algunos se endulzaban con risas y otros servían para pasar el trago amargo del relato de algunos dolores. En medio de las dificultades cotidianas, fluyeron canales de bendición mutuos que nos dejaron la alegría de ser comunidad y de saber que juntos el Reino de Dios ya se vive aquí en medio nuestro.

Lourdes Arbeloa

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Ya regresé de un largo viaje, ya regrese sin equipaje y sin temor de haber perdido el tiempo.
“Camino” de Diego Torres.

Esta frase identifica mi experiencia en la misión de verano en La Pampa (24 al 31 de enero). Fue una experiencia distinta desde el comienzo, me invadía la emoción, las ganas de estar en otro lugar y el temor por cómo será la gente, los niños y los chicos con los que íbamos a compartir.

El primer día hicimos un retiro para entrar en clima y conocernos entre nosotros, durante toda la misión trabajamos el libro “Dar de comer, dar de beber” de Víctor Manuel Fernández, leímos el primer capítulo juntos y después nos dividimos en 3 grupos para elegir algún capitulo y explicarlo a los demás en los otros días restantes de misión: cómo este dar y darse atraviesa la práctica en cada lugar de misión y, en definitiva, nuestra vida toda.

Los otros días salimos de visita a las casas, nos dividimos de a tres o cuatro por el barrio de San José y el de La Pampa, nos anunciamos para que sepan que ya estábamos de misión y cuáles iban a ser las actividades durante los próximos días: para los niños preparamos juegos y mándalas para pintar junto con Angie, Anita y Cami, con los chicos surgió disfrazarnos de superhéroes para ir a buscar planetas nuevos guiados por Lule y Julia; fue muy divertido el disfrutar la risa de los niños y mojarnos un poco los días de mucho calor con las bombuchas. Con jóvenes se prepararon juegos y charlas, pero lo que más les gustaba era el fútbol, así que casi todos los días se organizaban varios partidos con los varones, Dianela, Ximena y Octavio se lucían y terminaban cansados de tanto correr, mientras que Ro y Luciana charlaban con las chicas tomando mates. La tarde con los adultos fue lo que más convoco a la gente ya que se organizaron distintos juegos que los hacían sentir como niños, desde un bingo hasta un dígalo con mímicas, sus carcajadas se escuchaban a larga distancia, gracias a Gero, Lucas, Angie y Ana.

Después todos compartíamos la merienda hasta que cada uno se volvía a su casa hasta el día siguiente. En ese momento, sacábamos la guitarra y nos poníamos a cantar mientras otros jugaban al UNO, pero todos compartíamos el mate haciendo de las tardes un lindo momento fraterno; también estaban los que aprovechaban para bañarse y ponerse en contacto con la familia y amigos para contar lo vivido.

Al terminar la cena, teníamos nuestro momentos de oración: a veces rezábamos vísperas o alguna oración que preparó Luniu para compartir y poner en palabras lo que sentíamos y lo que iba atravesando nuestro corazón; el viernes hicimos adoración a la cruz haciendo consciente nuestras miserias y nuestra propia humanidad; y el lunes (nuestra última noche todos juntos porque algunos se volvían antes) tuvimos adoración al Santísimo y prendimos una vela cada uno agradeciendo la experiencia y manifestando nuestro compromiso para llevar esa luz a nuestro lugar de origen.

El sábado tuvimos nuestro fogón disfrutando unos ricos choris y bailando un poco de cumbia, cuarteto y reggeton, las más grandes aprendimos nuevos pasos de baile de los más habilidosos. El domingo cenamos con Petrona, su hermana, Gabriela, Silvina junto a sus niños, unas ricas tartas y empanadas, después guitarreamos, cantamos y bailamos como para cerrar nuestra misión con la gente de ahí, los más cercanos a los misioneros y los que participaron de todas las actividades.

De esta misión rescato el compartir con todo el equipo, con las vivencias de cada uno y sus historias; resalto el trabajo logrado por la comunidad de Rosario y Santiago para que la gente nos reciba y confíe en nosotros sus sufrimientos y alegrías; agradezco a las hermanas por confiar en Dani y Mari para llevar adelante esta experiencia y, también doy gracias a Dios que por medio de Madre Elmina pude conocer personas que marcan mi camino y el de los demás: juntos continuamos lo que ella empezó.

Mercedes Harache

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