Adentrándonos en la Palabra
V Domingo de Cuaresma
El único proceso que le permitirá recuperar la vida a Israel y a Lázaro es disponerse a recibir la presencia de Dios en su vida que se encarna en el Espíritu, el respirar de Dios en su cotidianidad. Es desde lo más hondo del ser humano dónde nace su comprensión de dolor a causa del pecado, y desde allí dejarse salvar.
Ezequiel 37, 12-14; Sal 129; Romanos 8, 8-11 y Juan 11, 1-45
¡Resucitar al Amigo!
El único proceso que le permitirá recuperar la vida a Israel y a Lázaro es disponerse a recibir la presencia de Dios en su vida que se encarna en el Espíritu, el respirar de Dios en su cotidianidad. Es desde lo más hondo del ser humano dónde nace su comprensión de dolor a causa del pecado, y desde allí dejarse salvar.
El evangelista Juan presenta dos niveles de significado: la ceguera y la visión. Por un lado, está la ceguera física del ciego de nacimiento, que a pesar de ser una persona que nunca vio, por tener fe puede ver. Por otro están los fariseos que físicamente ven, pero espiritualmente están ciegos pues se cierran a creer en Jesús.
En este 5to domingo de cuaresma la Iglesia nos invita a reflexionar unos textos bíblicos que nos preparan a los últimos momentos del camino cuaresmal. Ya la semana que viene, el domingo de Ramos, acompañaremos a Jesús de una manera especial junto al Evangelio de Mateo.
El profeta Ezequiel nos refiere dos claves que nos pueden ayudar a profundizar el mensaje de este domingo. Sería interesante leer todo el texto, desde el versículo 1 hasta el 14, porque nos da el contexto de la alegoría. El pueblo de Israel siente sus huesos calcinados por la experiencia tan profunda de muerte que vive, ha perdido todo, su tierra, su templo, su identidad. Es por eso que la expresión más gráfica que tiene el profeta para hacer denotar esa vivencia es, no solamente un grupo de huesos secos, sino desparramados ¡en medio de un valle profundo! La profundidad para la reflexión semita no tiene que ver con su concepto positivo de intensidad y hondura, con el pensamiento profundo, profundidad interior, sentimientos hondos, ahondar en un problema, ocuparse a fondo; sino que se refiere a lo inaccesible, incomprensible, inescrutable, con las profundidades del océano, de la tierra, del infierno, con una situación poco menos que desesperada.
Y es en esa incomprensible situación de total desesperación, recibe como una gracia, la posibilidad de vida. Es interesante, al leer todo el texto como decíamos más arriba, el proceso que denota el profeta. Las situaciones de vida se ponen en camino por la acción divina, pero respetando instancias y procesos, primero los huesos, luego la carne, más enseguida los músculos y la piel, pero todavía la vida no se experimenta. El pueblo sigue horizontal, no se pone de pie, porque le falta el espíritu.
La segunda clave del texto, y que permite ponerse de pie al pueblo, es un eco del segundo relato de la creación. Les infundiré mi espíritu, dice, y vivirán. Este eco pone en sintonía la necesidad que tiene el pueblo de una nueva creación, a imagen de la anterior, que le devuelva o “re-cree” una vida nueva. El profeta recalca al pueblo, que vive esta experiencia tan profunda de dolor y desesperación, que el único proceso que le permitirá recuperar su identidad como pueblo, o sea volver a su tierra, con todo lo que implica de identificación con la Alianza, es disponerse a recibir la presencia de Dios en su vida que se encarna en el respirar de Dios en su cotidianidad.
Este oráculo, decir de Dios por medio del profeta, se ve reflejado de una manera transparente en el salmo 130, nuestro salmo responsorial. Estas dos claves vuelven a proclamarse insistentemente en la asamblea. Es desde lo más hondo del ser humano dónde parte su comprensión de dolor por su propio pecado, y por el pecado del pueblo. Es interesante que en ese salmo la culpa no sea solo individual, sino también social. Es Israel como pueblo que aguarda como el centinela la misericordia de Dios. Y el perdón, que en este caso es fruto de la misericordia divina, viene como un amanecer luego de una noche sombría; la profundidad del dolor que es consecuencia del pecado, es representado en la cultura bíblica como una noche, en dónde la luz de la mañana es esperada como la espera el centinela que pasó toda la noche en vela preocupado, lleno de temor y angustiado.
El salmo nos lleva a la necesidad de comprender nuestro dolor como premisa para la espera de la luz que nos trae una vida nueva. Etimológicamente la palabra comprender significa prender, agarrar, abarcar intelectualmente… entender. Si no asumimos así nuestro dolor, abarcándolo tomándolo en nuestras propias manos no podremos esperar la luz del amanecer.
La segunda clave es mucho más diáfana que ésta. El salmista es directo en su diálogo con el Señor, ¡solo de Ti depende mi perdón!, parecería que tiene en su mira el texto de Nehemías 9,17ss: el perdón es cosa tuya, asunto tuyo, competencia tuya, te toca a ti. La misericordia del Señor, actualizada por los hermanos, es el único camino para nuestra redención.
Por último, dejando el texto de la carta a los Romanos para una lectura personal, el relato de la resurrección de Lázaro sucede para coronar el proceso que vinimos reflexionando. Dos elementos para ponernos en línea con el comentario que vinimos haciendo. Las escenas del relato se van tejiendo una con la otra, pero respetando la escena final que desemboca en la llegada de Jesús a Jerusalén para su entrega en la cruz. Jesús habla con sus discípulos, con Marta, con María, entra en contacto con Lázaro y le ordena que salga del sepulcro (también el sepulcro es “profundo”); Jesús es el protagonista de esta historia, conduce el proceso, y acompaña la vida de su amigo.
La primera clave para este proceso es que todos salen, se levantan y se ponen en movimiento, Jesús con sus discípulos de la Transjordania, los judíos desde Jerusalén, Marta de la aldea, María junto con los judíos, de la casa, y Lázaro, de la tumba. Si Jesús se detiene al llegar a Betania y no entra en la casa donde se celebra el duelo, es para volver a ponerse en camino, con el grupo, hacia el lugar en donde desafía a la muerte, mientras que el movimiento de los demás personajes, incluido Lázaro, tiende a él. Recuperar la vida es un proceso, decíamos al comienzo, un ponernos en camino hacia Jesús, que camina igualmente con nosotros; en ese caminar nos encontraremos con otros y otras, que al igual que nosotros, necesitan de esa vida nueva. Camino y encuentro desde lo más profundo del dolor que es la congoja y el llanto, vividos hasta por el mismo Jesús y experimentados por Marta y María como señal de reclamo ante la ausencia del amigo.
Por último la segunda clave también está presente en este texto de Juan, ¡sólo Dios es la Resurrección y la Vida! La vuelta a la vida de un hombre que lleva cuatro días muerto y enterrado, no tiene paralelo alguno en la tradición bíblica y tiene que deberse a la perspectiva simbólica del relato que corresponde a una creencia semítica, según la cual es a partir del cuarto día cuando el alma, que seguía revoloteando en torno al cadáver, no puede luego volver a él. Era menester que Lázaro estuviera realmente muerto y que hubiera comenzado ya la corrupción de la carne para manifestar cuál es la victoria de Cristo. ¡Sólo Cristo es la Resurrección y la Vida! Que no es solamente la muerte corporal, sino todo lo que representa como efecto del pecado en el cuerpo de la persona humana, y en el cuerpo colectivo del pueblo y de nuestra sociedad.