Oyentes de la Palabra

Oyentes de la Palabra

LA PALABRA DE DIOS EN EL DOMINGO DE LA TRINIDAD

No estamos creados en la soledad, sino que somos hechos para compartir la vida con los demás. Solo en la medida que nos sentimos involucrados en aquello que nos pertenece, podremos ser la presencia del Paráclito… “estar al lado” de nuestros hermanos… dejaremos que los demás sean esa presencia que nos hace memoria de nuestro pasado, ayudándonos a sanar y discernir lo que está por venir, para aceptarlo con sabiduría.

Proverbios 8, 22-31, Salmo 8, Romanos 5, 1-5 y Juan 16, 12-15

La liturgia en este domingo nos invita a celebrar la vida compartida de Dios en la Fiesta de la Santísima Trinidad. Esta celebración nos puede resultar un poco extraña ya que la tradición nos dice que celebramos a “un Dios en tres personas” …. algo difícil de comprender para nuestros saberes tan pragmáticos. Seguramente que desde chicos usaron con nosotros varias explicaciones, con ejemplos gráficos, para que entendiéramos este Misterio tan hondo, y a la vez, tan cercano a nuestra realidad. No estamos creados en la soledad, sino somos hechos para compartir la vida con los demás. Y si Dios nos hizo a su imagen y semejanza, la necesidad de los otros la hemos heredado de Él. Aprendemos a ser con los otros a partir de la experiencia de Dios. Veamos en que nos ayudan los textos de este domingo para comprender esta realidad.

Lo primero que nos dicen las lecturas es que la Sabiduría divina aparece personificada. Habla con Dios creador, más, ella misma se transforma en su confidente y le comparte sus ideas y proyectos. La Sabiduría divina se presenta como una gran arquitecta en la obra de la creación. Pero no con proyectos elocuentes y grandiosos, sino en los pequeños temas de la vida cotidiana; en los momentos más básicos, donde nacen las cosas más sencillas, allí es donde comparte su saber y genera un clima de alegría… hasta de juego en medio de los hombres. La primera clave de la “comunidad divina”, a la cual estamos llamados a mirar para encarnar en nuestra vida, es la necesidad de compartir desde los pequeños proyectos cotidianos, desde la sencillez de nuestra vida, cosas nuevas para generar en nuestras compartidas, espacios de vida y “positividad” a nuestros hermanos.

Y como esto no lo podemos hacer solos, Pablo en la segunda lectura les dice a los romanos que toda situación, aunque sea una experiencia de tribulación, lleva a generar esperanza, solo y en la medida, en que no centremos nuestros proyectos en el hacer y cumplir sino en dejarnos transformar por la presencia de Dios que se derrama en nosotros por el Espíritu Santo. Pablo les invita, y nos invita a nosotros también, a que no depositemos nuestra esperanza en que todo sale de nosotros… ¡que todo lo podemos hacer! SINO QUE LA GRACIA NOS VIENE A TRAVÉS DEL AMOR QUE NOS VINCULA CON LOS DEMÁS. Esta segunda clave de la vida común trinitaria nos pone de frente a repensar nuestra omnipotencia en todos los ámbitos de nuestra vida.

En el evangelio Juan, en los últimos momentos de la despedida de Jesús antes de su pasión, y previo a la gran oración sacerdotal del capítulo 17 -en donde se compromete no solo con la entrega de su vida, sino también con su oración ante el Padre por sus hermanos- nos regala este último testimonio. La misión del Espíritu, como es también la misión del Padre y del Hijo, no es algo marginal ni independiente de las otras. El Espíritu vendrá en nuestra ayuda, pero no por su cuenta y a cumplir sus proyectos, sino que “¡hablará lo que ha oído!” Y más, lo mío dice Jesús, lo he recibido del Padre. Pero a la vez, “¡lo del Padre es mío!”.

Tercera clave trinitaria que los textos de hoy nos quieren transmitir: solo la presencia del Espíritu será la de un Paráclito -el que ha sido llamado para estar junto a nosotros- en la medida que transmita lo que oye en la comunión del Padre y del Hijo. Solo en la medida que nos sentimos involucrados en aquello que nos pertenece porque caminamos juntos, podremos ser la presencia del Paráclito, “estar al lado” de nuestros hermanos… y dejaremos que los demás sean esa presencia que nos hace memoria de nuestro pasado -ayudándonos a sanar- y claridad ante lo que está por venir, para discernirlo con sabiduría.

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