Oyentes de la Palabra
V Domingo de Cuaresma
Caminemos juntos en estas últimas semanas de la cuaresma, saliendo al encuentro de Jesús en el rostro de nuestros hermanos, renovemos una alianza que nazca del perdón, aunque este proceso nos lleve por el camino de la cruz, de la aflicción y el sufrimiento, Él camina a nuestro lado.
Jeremías 31, 31-34; Salmo 50, 3-4.12-13. 14-15; Hebreos 5, 7-9 y Juan 12,20-33.
El este domingo, 5° de cuaresma, comenzamos a vivir ya el desenlace del proceso que comenzamos en el miércoles de ceniza. El domingo pasado las lecturas nos ayudaban a reconocer cómo, en la historia de la salvación, Dios no deja a su pueblo, sino que siempre le da una oportunidad para volver sobre sí y renovar su alianza con Él, que en Jesús de Nazaret llegará a la plenitud con esa expresión fundamental del NT:
Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Este amor que llegó a la plenitud en Jesús, en este último domingo antes del domingo de ramos, nos acerca otra clave que nos puede ayudar en nuestro proceso de conversión.
El profeta Jeremías vive los momentos más dolorosos del pueblo del Señor, el tiempo previo al exilio en Babilonia y el mismo exilio desde Judá. Jeremías no descansa para que el pueblo vuelva a Dios, renueve su alianza y encamine sus pasos. Las palabras del profeta son duras y muy cercanas, declarando, con signos e imágenes muy elocuentes, la urgencia del cambio de vida y de la conversión. A pesar de todo su esfuerzo, el pueblo rompe nuevamente su alianza con el Señor. Pero este Señor, su único Señor, le propondrá otro camino, ya no externo, como un mandato que viene de afuera, sino una ley y una alianza que nace desde lo más interior del hombre y que está escrita en su corazón. Esta alianza nacerá, no ya desde la sangre sino desde el perdón. Una alianza que no necesitará ser conocida o aprendida de memoria, como lo hacen hasta el día de hoy muchos hermanos judíos… como también nosotros, sino una propuesta de vida que ya habita dentro nuestro, y a la que todos podrán acceder. La clave de este domingo nos pone de cara a un solo camino de acceso a esta alianza: “recibir el perdón de Dios”, o dicho de otra manera “vivir reconciliados”.
Esta clave presenta además un camino concreto. El camino está dado por la cruz. La imagen que presenta el evangelio es de por sí muy clara. Todo grano que no vive el proceso de su “muerte” no da vida, no permite el paso para que crezca la vida… una planta… nuevos frutos. Solo si se pudre y deja de ser semilla, será posible una “vida en abundancia” para otros. La cruz, como realidad que pone al Señor en el camino más débil y vulnerable para el ser humano la muerte de un inocente, es el camino para que pueda haber vida en cada uno de nosotros, porque si Dios con su gracia vivió y sufrió (la carta a los Hebreos dice hoy “aprendió sufriendo a obedecer” y el mismo evangelio dice de Jesús “mi alma está agitada”) todos nuestros sufrimientos, procesos de crisis y crecimientos están vivificados con su vida y redención. Nada queda al margen de la vida divina.
A partir de este convencimiento o experiencia de fe, el camino de la cruz ya no es una vivencia en soledad sino en compañía con el Señor. Es un proceso en el cual Él nos promete que no culmina en esa misma cruz, sino que nos atrae hacia Él, culminando en la resurrección que es en una nueva vida: “y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”.
Esta clave de la nueva alianza a la que se arriba con la experiencia del perdón a través del proceso de la cruz, tiene como último aporte un aliento de esperanza. Dice el texto de Juan que unos griegos se acercaron a Felipe diciéndole “queremos ver a Jesús”. Toda alianza o compromiso, toda palabra o propuesta si no tiene rostro no produce encuentro. La alianza que nos propone el Señor en este domingo de cuaresma es una que no solo habita en mi corazón sino que sale al encuentro porque tiene un rostro y una vida, es Jesús de Nazaret que vive en nuestros hermanos.
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