Oyentes de la Palabra
Domingo de Pentecostés
Hechos de los Apóstoles 2,1-11; Salmo 103; 1 Corintios 12,3b-7.12-13 y Juan 20,19-23
Hace siete semanas hemos celebrado la fiesta de la Pascua. Para los judíos, desde el segundo día de la fiesta de Pesaj (Pascua) se comienzan a contar los días que faltan para una nueva fiesta: la Revelación de los Diez Mandamientos en el Sinaí: “Cuando la hoz comience a cortar las espigas comenzarás a contar estas siete semanas. Y celebrarás en honor de Yahvé tu Dios la fiesta de las Semanas” (Dt 16,9-10).
Los judíos de la diáspora -los que viven fuera de Palestina- dieron a esta fiesta el nombre de Pentecostés (el día 50°). La distancia de cincuenta días entre la Pesaj y Shavuot (“Las Semanas”), entre la primavera y el verano, entre el pan sin levadura y el pan fermentado, evoca la idea de una maduración. El don de la Torá -de la Palabra- en el Sinaí, memoria que se celebra en la fiesta de Pentecostés para los judíos, viene a ser la maduración de la acción salvadora de Dios, que parte con la liberación de la esclavitud en Egipto hasta la libertad que trae el aceptar el señorío de Dios sobre nuestra vida a través de su Alianza, en confrontación a la experiencia de ser esclavos del Faraón. Una situación de opresión frente a una posibilidad de Alianza, desde la servidumbre hacia el servicio.
En el marco de la celebración de Pentecostés, el libro de los Hechos relata cómo los discípulos de Jesús reciben el Espíritu Santo (2,3). En este Pentecostés nos gustaría compartir con ustedes cuáles son según la Biblia algunos de los efectos que podemos reconocer cuando el Espíritu Santo está en medio nuestro… lo digamos de otra manera… ¿Cómo se nos vería desde afuera si ese Espíritu Santo permanece con nosotros y está en medio nuestro?
Leamos el texto bíblico de la venida del Espíritu en los Hechos de los Apóstoles:
Hech 2,1 Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos reunidos. 2De repente vino del cielo un ruido, como de viento huracanado, que llenó toda la casa donde se alojaban. 3Aparecieron lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. 4Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, según el Espíritu les permitía expresarse. 5Residían entonces en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todos los países del mundo. 6Al oírse el ruido, se reunió una multitud, y estaban asombrados porque cada uno oía a los apóstoles hablando en su propio idioma. 7Fuera de sí por el asombro, comentaban:
—¿Acaso los que hablan no son todos galileos? 8¿Cómo es que cada uno los oímos en nuestra lengua nativa? 9Partos, medos y elamitas, habitantes de Mesopotamia, Judea y Capadocia, Ponto y Asia, 10Frigia y Panfilia, Egipto y los distritos de Libia junto a Cirene, romanos residentes, 11judíos y prosélitos, cretenses y árabes: todos los oímos contar, en nuestras lenguas, las maravillas de Dios.
12Fuera de sí y perplejos, comentaban:
—¿Qué significa esto?
Aquí se narra el momento justo de la venida del Espíritu Santo. Los discípulos estaban a puertas cerradas por miedo a los judíos, y sienten un ruido estremecedor que venía desde el cielo y ven como unas lenguas de fuego que se posan sobre cada uno. Quisiéramos destacar tres claves -gestos como lo decíamos arriba- para profundizar.
El primer efecto es que estaban encerrados por miedo y luego que reciben el Espíritu se animan a salir y hablar con todos los que residían Jerusalén en esos momentos. La presencia del Espíritu en cada uno de nosotros nos hace salir del encierro en que vivimos, de la armadura que nos estanca, de la no-palabra que permanece dentro nuestro y que nos ahoga, del convivir solamente con aquellos a los que están a mi alcance… nos hace salir más allá del miedo y nos anima a expresar lo que sentimos y lo que habita en nosotros.
Luego dice que quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu hacía que hablaran. Cada uno que residía en esos momentos en Jerusalén lo escuchaba hablar en su lengua materna, pero no solo eso, sino además lo entendían, sabían lo que les anunciaban… ¡se los oye hablar las maravillas del Señor! Un efecto de la presencia del Espíritu en nosotros, y podemos decir de nuestra familia, amigos o comunidad, es que podamos hablar con todos y que lo que digamos tenga coherencia y claridad; decimos algo más, que lo que expresemos sean palabras que digan “maravillas”, y no palabras que transmitan desasosiego, desesperanza y angustia… palabras que llenen el clima de positividad a pesar de decir la verdad, ¡porque vemos con claridad!
Por último, algunos versículos más adelante dice el texto Los que aceptaron sus palabras se bautizaron y aquel día se incorporaron unas tres mil personas (Hech 2,41). Esta expresión equivale en el libro de los Hechos a lo que nosotros decimos “¡tuvimos convocatoria!”. Otro efecto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros es que nuestra palabra, o lo que decimos, convoca porque sale de nuestro corazón y llega al corazón de los otros; esto es tan cierto que los que nos escuchan se sienten motivados a pertenecer y comprometerse con el proyecto.
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