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03/02/2015

Misión que nace de la oración, del encuentro con el Señor; esperanza que brota del gesto solidario y consuelo fruto de un corazón que ayuna Adentrándonos a la Palabra: La liturgia en este segundo domingo de cuaresma nos invita a re-leer un texto que conocemos mucho del AT y otro que recordamos con frecuencia del […]

Misión que nace de la oración, del encuentro con el Señor; esperanza que brota del gesto solidario y consuelo fruto de un corazón que ayuna

Adentrándonos a la Palabra:

La liturgia en este segundo domingo de cuaresma nos invita a re-leer un texto que conocemos mucho del AT y otro que recordamos con frecuencia del NT. Por un lado, el llamado sacrificio de Isaac, y por otro, la transfiguración de Jesús. ¿Qué tienen en común estos dos relatos? ¿Por qué la liturgia los pone juntos en este camino cuaresmal? Veamos…
Una primera clave nos aparece en el camino, en ambos textos hay una subida a una montaña. El monte Moria en la primera lectura, y un monte alto, en el evangelio. Nuestros personajes suben a un lugar especial; sabemos que para los pueblos orientales los lugares elevados eran indudablemente espacios sagrados. Es por eso, que aunque no lo diga el texto bíblico, la intencionalidad de ambos es encontrarse con el Señor. Y ¿qué buscaban tanto Abraham y Jesús con sus discípulos al subir a un espacio sagrado? Seguramente no solo el encuentro con Él, sino que en ese mismo momento descubren una misión, un encargo, un camino que nace de ese mismo encuentro. Todo momento de oración e intimidad con el Señor nos descubre un para qué en nuestra vida: en tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra y el camino hacia la cruz y resurrección.
La segunda clave tiene que ver con la actitud de los personajes ante el misterio del que son testigos. Abraham obedece sin cuestionar nada, se pone en camino y hace todo lo que el Señor le pide, aunque su corazón le esté reclamando su amor más profundo, ¡su único hijo! Su confianza es tal que llega al límite de sacrificar a Isaac. Algo parecido le ocurre a Pedro. En el momento en que se aparecen Elías y Moisés junto al Señor, el corazón del discípulo se llena de alegría, e intenta inmortalizar ese instante, ¿por qué? Porque la escena anterior y este mismo relato terminan con algo que no comprendía, la urgencia de la cruz, y este espectáculo, tan lejano a esa realidad de dolor y angustia, lo serenaba y le daba esperanza. Cuando nos enfrentamos a situaciones de tanta incomprensión y angustia, en las que sentimos que el Señor tiene una palabra para decirnos y se queda callado, los gestos de Abraham y Pedro nos salen al encuentro, la confianza en uno y la búsqueda de todos los medios para encontrar la esperanza o lo que lo serena, nos marcan un camino en este tiempo.
Por último queremos recordar el contexto del evangelio de Marcos. En el año 70 los cristianos viven la persecución y el abandono que llegaba hasta estar expuestos a la muerte. Un texto de la Transfiguración resuena como una invitación concreta a encontrar la esperanza; en medio de un contexto de muerte y cruces, el escritor bíblico invita a sus destinatarios a buscar todos los caminos posibles para construir “carpas” para sanar los corazones destruidos y cansados, y proclamar junto a Pedro “que bien que se está acá”.
Misión, esperanza y consuelo son las claves de este segundo domingo de cuaresma; una misión que nace de la oración, del encuentro con el Señor; esperanza que brota del gesto solidario de la limosna y consuelo fruto de un corazón que ayuna y se libera de la indiferencia que hoy globaliza nuestras relaciones.

Hna Mariana Zossi Op
Licenciada en Sagradas Escrituras
28 de Febrero 2015