La Congregación

EN EL ESPACIO DE LAS INFANCIAS MADRE ELMINA NOS VISITARON LA VIOLINISTA RUSA MARIANNA KASAKOVA Y EL TECLADISTA TUCUMANO DE KARMA SUDAKA LUCHO LAZARTE. PRESENTARON JUNTOS EL “SHOW DE LOS SONIDOS” 2025

Visitaron el Espacio de las Infancias Madre Elmina, la violinista rusa Marianna Kasakova y el tecladista de Karma Sudaka, Luis “Lucho” Lazarte. Junto a ellos, nos acompañaron también un matrimonio de la comunidad rusa de Tucumán.

Juntos presentaron “El show de los sonidos”, un recorrido musical por melodías de su país y de distintos lugares del mundo. Magui Spamer, educadora del espacio, cantó para nosotros, y todos bailamos chacarera y cumbia al ritmo del violín de Marianna y del teclado de Lucho.

Como regalo, nos trajeron “arrolladitos rusos”, que compartimos en una merienda después del espectáculo. Fue una tarde inolvidable para cada uno de nosotros.

A continuación, Mary Reguera de Camandona, educadora voluntaria del Espacio de las Infancias Madre Elmina, nos comparte su experiencia:

Ojos misericordiosos: cuando la fe se transforma en acción

Esta semana, una palabra empezó a resonar en mi mente: misericordia. Me pregunté, casi sin darme cuenta, qué quería decirme. ¿Por qué justo ahora? ¿Qué estaba tratando de mostrarme?

Crecí en una familia de fe profunda, donde el catolicismo se vivía con fuerza y devoción. Los mandatos de la Iglesia se cumplían al pie de la letra. Aún hoy, mi mamá nos pregunta cada domingo si fuimos a misa… ¡pobre de nosotros si le decimos que no!

Pero hace ya un tiempo comprendí que la religión vivida como obligación ya no es parte de mi camino. No porque me haya alejado de Dios, sino porque mi relación con Él se transformó. Hoy es más íntima, más real, más profunda.

Hace un año me uní como educadora al proyecto Espacio de las Infancias Madre Elmina, impulsado por las Hermanas Dominicas aquí en Tucumán. Cada jueves, junto a otras educadoras voluntarias, compartimos tiempo con niños y familias del barrio Carballito, una zona de altísima vulnerabilidad.

Allí, a través del juego, el arte y distintos lenguajes expresivos que permiten a cada niña y niño decir su mundo, ser escuchado y también descubrir otros mundos posibles, les brindamos herramientas para acompañar sus trayectorias escolares, contención y, sobre todo, mucho amor.

No sé si soy la más capacitada para enseñar contenidos escolares. Tal vez sí: fui y soy maestra de mis cuatro hijos. Pero más allá de eso, sé con certeza que pertenezco a ese lugar. En esos jueves que se pasan sin mirar el reloj, encuentro mi mayor cercanía con Dios. Es un vínculo silencioso, pero indestructible.

La semana pasada vivimos una experiencia increíble: nos visitó un grupo de jóvenes rusos que actualmente residen en Tucumán. Querían conocer a los chicos del apoyo escolar y ofrecernos un momento muy especial. Nos regalaron un concierto con violín y teclado, con canciones tradicionales de su país y también algunas populares argentinas. Además, prepararon un plato típico ruso: rollitos de jamón y queso, que compartieron con los niños.

Aunque dos de ellos no hablaban español, eso no fue un obstáculo. El amor pudo más. Usaron traductores en sus celulares para comunicarse, especialmente con los más pequeños. Fue un momento de encuentro genuino, de alegría compartida, de humanidad sin fronteras.

El Nuevo Testamento ya nos habla de esto: de un Jesús que encarna la misericordia divina. Sus gestos hacia los marginados, los enfermos, los pobres, no fueron solo actos de bondad: fueron revelaciones vivas del amor de Dios. Jesús nos enseñó, hace siglos, el poder transformador de mirar con compasión.

Pero entonces me pregunto:
¿Debemos ser misericordiosos solo con los desvalidos?
¿Solo con quienes sufren?

Creo que no. La verdadera práctica de la misericordia empieza por cambiar nuestra forma de mirar. Tener ojos misericordiosos significa también acercarse a quienes nos cuesta comprender, a quienes piensan distinto, incluso a quienes nos han herido.

La misericordia no es lástima ni superioridad. Es amor profundo que no juzga. Es una decisión diaria. Es mirar con compasión, aunque haya razones para no hacerlo. Y la gente maravillosa que se acerca a Carballito, en todas sus formas de colaborar, es prueba viva de eso.

Tener ojos misericordiosos es, ante todo, una forma de vivir. Es ver al otro —quien sea— con la ternura con la que Dios nos mira. No hace falta estar en una iglesia para vivir la fe. A veces, la fe se expresa con más fuerza en una sonrisa compartida, en una escucha paciente, en un cuaderno prestado a un niño que quiere aprender.

Tal vez, solo tal vez, ahí es donde Dios nos estaba esperando todo el tiempo”

Mary Reguera de Camandona