Domingo 1 de septiembre 2019
XXII Domingo del Tiempo Ordinario
Eclo 3,17-18.20.28-29; Salmo 67; Hebreos 12,18-19.22-24 y Lucas 14,1.7-14
La puerta del reino no es sólo estrecha y baja sino que se presenta como una puerta que desconcierta al que invita. El que invita debe convocar en su banquete no a sus amigos y parientes, sino aquellos más olvidados. Pareciera ser que el reino de Dios no busca la reciprocidad sino la gratuidad. Jesús le dice no invites a aquellos que te pueden devolver porque en última instancia lo que buscas es que te retribuyan lo que les diste.
El sabio del libro del Eclesiástico se presenta como maestro que desea transmitir un camino de sabiduría desde una actitud fraterna y cercana. “Hijo mío” le dice a su destinatario. El centro de su enseñanza parte de su propia vida. La verdadera medida de cada uno nace de una actitud de modestia y humildad. Algo que no nos sale en la primera actitud de vida… es tan profundo en nuestras opciones el vanagloriarnos que debemos tomar conciencia de que ello no nos hace personas equilibradas, personas con el justo valor sobre sí mismas… y lo enseña no poniéndose de ejemplo de todo lo bien que hace, sino desde la otra cara de la moneda. Parte de sus desgracias e intentos fallidos. E indica un camino cómo hacerlo: sólo teniendo un oído atento, un oído que escucha, podremos a abajarnos y humillarnos siendo realmente aquello que somos.
Esta enseñanza del sabio del Eclesiástico, palabras que se dijeron muy cercanas a la época de Jesús, son un eco de las palabras del Señor en este domingo en el que leemos el evangelio de Lucas.
Jesús sigue subiendo con sus discípulos a Jerusalén. Como dijimos la semana pasada este camino es un camino de enseñanza. Hoy nos explica que la puerta del reino no es sólo estrecha sino que también es baja: ya que sólo el que sea abaja y humilla podrá entrar en ella.
Pareciera ser que Jesús tiene en su cabeza y en su corazón la enseñanzas y la actitud del sabio del Antiguo Testamento. El relato nos presenta dos situaciones narradas en forma de parábolas que concretizan estas palabras, veamos.
Jesús entra en la casa de un fariseo. Y esta es la ocasión para ayudarnos a ver cómo es nuestro verdadero valor. Todos estamos invitados al banquete y en esta mesa cada uno debe estar con lo que realmente es. La enseñanza de Jesús es para todos los invitados. Nadie debe autopromocionarse para acceder a los lugares más importantes, sino que desde lo que cada uno es participar del banquete. Si no podemos hacerlo el Señor mismo nos ayudará. Así leemos en el evangelio de Lucas: “porque todo el que se ensalce será humillado y el que se humille será ensalzado”.
La otra enseñanza que relata Jesús se dirige al dueño de la casa, al que invita. La puerta ahora del reino no es sólo estrecha y baja sino que se presenta como una puerta que desconcierta al que invita. El que invita debe convocar en su banquete no a sus amigos y parientes sino aquellos más olvidados. Pareciera ser que el reino de Dios no busca la reciprocidad sino la gratuidad. Jesús le dice no invites a aquellos que te pueden devolver porque en última instancia lo que buscas es que te retribuyan lo que les diste.
En el camino hacia Jerusalén Jesús desafía a sus discípulos a optar por una vida humilde que conlleva una actitud de generosidad desinteresada. Como para el sabio de la primera lectura esto es una empresa muy difícil. Jesús ayuda a sus discípulos marcándole un camino para lograrlo: solos los que se sientan a la mesa con los pobres podrán esperar sólo de Dios la recompensa.