Domingo 27 de Octubre 2019
XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Mientras que el fariseo da gracias de no ser como los otros y de poder cumplir con “todas las obras de la ley”… ayuno y pago del diezmo… ¡no soy ladrón ni adultero como aquel! El publicano se golpea el pecho como signo de dolor por su vida.
Eclesiástico 35,12-14.16-18, Sal 33, II Timoteo 4,6-8.16-18 y Lucas 18,9-14.
En este camino de subida hacia Jerusalén, Jesús continúa la preparación de sus discípulos con ejemplos y enseñanzas. Hoy la mirada está puesta en aquellos que son considerados nada, los pobres y los más despreciados por los diferentes grupos sociales, entre ellos también las comunidades religiosas.
Lucas usará dos grupos de personajes, que socialmente se contraponen, para presentar la actitud que acepta el Señor en la oración. Veamos como el evangelio va tejiéndose a partir del texto del Eclesiástico, primera lectura, y el salmo 33.
Lo primero que quisiéramos destacar es el aspecto exterior de las personas. Claramente en la época de Jesús se reconocía a un publicano y a un fariseo. Mirado desde afuera, el fariseo era realmente el cumplidor de la ley. Tanto era así que el mismo se consideraba justo. “Ser justo” para el pueblo de Israel era aquel que quedaba justificado a causa del cumplimiento de las obras de la ley. Y el fariseo era eso… cumplidor de obras. Por otro lado estaba el publicano. Este sí que era considerado un pecador público. Todos sabían que colaboraba con el poder romano… que seguramente se quedaba con algo en sus bolsillos. ¡Este seguro que no estaba justificado por Dios!
Ante esto, tanto el texto del evangelio como el libro del Eclesiástico, nos guían a mirar el interior del hombre. El evangelio hace un cambio de voz y nos transmite lo que cada uno está pensando y rezando. Esto nos devuelve la vida interior de los personajes y lo que cada uno está experimentando ante Dios. La primera lectura nos plantea que Dios no mira las apariencias ni el prestigio de las personas sino la oración del vulnerable y oprimido.
Lo segundo que podríamos rescatar de los textos de este domingo es las palabras dichas en el interior de nuestros personajes. El fariseo está de pie seguramente en el atrio de los israelitas. Este lugar representa uno de los espacios más cercanos a Dios. Por otro lado comienza su oración con una expresión reflexiva que en griego podemos traducir así: “habló sobre sí mismo” o “habló a sí mismo”… se consideraba muy cerca de Dios pero su oración era un volverse sobre sí.
En cambio aquel que era considerado por la sociedad “el más lejano de Dios”, se ubica a distancia y no puede levantar sus ojos hacia el Señor. Esto nos transmite dos cosas: por un lado la autoconciencia de sentirse lejano del Señor; por otra, una actitud de arrepentimiento que no le permite mirar cara a cara a Dios.
Mientras que el primero da gracias de no ser como los otros y de poder cumplir con “todas las obras de la ley”… ayuno y pago del diezmo… ¡no soy ladrón ni adultero como aquel! El segundo se golpea el pecho como signo de dolor por su vida.
Por último los invitamos a que nos detengamos en la expresión más íntima del publicano. “Oh Dios, ten compasión de mí, soy un pecador”…no soy un justo como se dijo el Fariseo a sí mismo. “Ten compasión” en este contexto tiene un valor litúrgico de pedido de perdón y de transformación que obra el Señor sobre aquel que reza con humildad. Podríamos traducirlo algo así como “perdóname Señor, limpia mi pecado, expía mi culpa”.
Esta experiencia dista de aquel que ya se considera justo por las cosas que hizo. Jesús declara a sus discípulos, de camino a Jerusalén, que por más que hagan todo lo prescripto en la ley, hoy diríamos en los mandamientos, eso no los justifica. La oración humilde, pobre, de aquellos que están atribulados y abatidos es la que el Señor recibe y acoge.
La enseñanza y la pregunta que nos desafían los textos de hoy es ¿cómo es nuestra oración ante Dios?